miércoles, 15 de septiembre de 2010

Entre sin llamar

Así rezaba el letrero, pero la puerta no se abría, así que llamé por si acaso.

- Adelante, está abierto - Dijo una voz desde el otro lado.

Dentro, la luz que entraba por el amplio ventanal tras el escritorio era tanta que tuve que entornar los ojos y aún así no conseguía distinguir la silueta que estaba sentada al otro lado de la mesa.

- ¿Por qué has llamado?, muchacho.
- Es que parecía cerrada.
- Bueno, es una puerta vieja... a veces se atranca. Pasa, no te quedes ahí. Siéntate, ¿qué te trae por aquí?

Sé que me hablaba a mí porque no había nadie más en la habitación, pero parecía tener toda su atención en sus cosas. Mi pupila se iba acostumbrando a la luz y vi que no paraba de ordenar papeles, teclear en el ordenador y mirar a algunos monitores que había a su lado. Aunque no sé lo que había en ellos, no los podía ver.

- Parece que ahora está atendiendo demasiados asuntos... quizá podría volver más tarde.
- Podrías, pero seguramente me pillarías igual - Sonrió, sin levantar la cabeza - Yo nunca descanso.
- Bueno. Esto no me resulta muy fácil, pero si tiene que ser así...

Realmente me estaba sintiendo incómodo e inseguro por momentos.

- Ánimo - Me dijo mientras se levantaba a coger un libro de la estantería.
- Verá, abajo me han dicho que quizá usted podría ayudarme.
- Si has llegado hasta aquí debe ser importante - Volvió a sentarse y empezó a hojear el libro - Generalmente no me ocupo directamente de cualquier asunto. A veces hay que saber delegar en gente de confianza, tú ya me entiendes.

No me gustó la expresión de su cara mientras empezaba a usar aquella especie de calculadora.

- De hecho creo que es usted la única que puede ayudarme...
- ¿De qué se trata entonces?
- He venido a matarle.
- ¡Cómo!

El disparo fue tan instantáneo que hasta yo me sorprendí. Todo quedó congelado por un momento. Dudé de si había acertado, pero un hilo de sangre empezó a recorrerle la cara desde la frente. Como en las películas.

Sus ojos aún abiertos habían quedado inmóviles justo en el momento en que me dirigió la mirada por primera vez. Me levanté para cerrárselos con mis dedos y me marché.

El trabajo estaba terminado. Ahora podría bajar y decirle a mi jefe que lo había hecho. Había matado a la Razón. Ahora nadie truncaría sus planes.


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