miércoles, 28 de julio de 2010

Instrucciones para llorar

Instrucciones para llorar. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

miércoles, 21 de julio de 2010

Historias (3ª parte)

Habían pasado como seis o siete años desde aquella llamada o, al menos, eso pensaba Xavier. Desde luego algo había cambiado en él. Seguía absorto en su trabajo y sus negocios pero su mente estaba inquieta continuamente y a veces, cuando salía de la ciudad, la dejaba volar. A veces se iba tan lejos que le costaba varias horas regresar, pero sin duda, era cuando más merecía la pena.

Solía imaginar una bonita cena, con una buena conversación y una inmejorable compañía. Solía imaginar bonitos finales, de los malos ya se encargaba la propia realidad. En esos finales no había tristes despedidas ni prisas. Todo llegaba en su debido momento. Al acabar la cena, la conversación seguía en algún lugar de luz baja, buena música y poca gente, de esos que le gustaba visitar cuando tenía algo de tiempo libre.


- ¿Y después?
- Ya sabes qué pasa después.

viernes, 9 de julio de 2010

Firenze

Camino encogido dentro de mi abrigo, por la ahora desierta Via de Roma. Aun resuenan en sus esquinas los ecos del bullicioso día. De madrugada, las silenciosas calles de Florencia acogen al solitario con su hospitalidad de siglos. Ya se vislumbra al fondo la piazza de san Giovanni, y la grandeza que espera agazapada, que salta sobre ti al doblar la esquina. Santa Maria dei Fiore observa complacida al espectador de su belleza soberana. Empieza a nevar, las luces y los copos se mezclan en mi cabeza y me siento un poco mareado. Veo una silueta sentada en el suelo, a los pies de una estatua de Brunelleschi, parece una chica de unos veinte años. Me acerco y le pregunto si se encuentra bien. Reacciona salvajemente y salta hacia mí con los ojos llenos de rabia, cuando me coge del cuello se desmaya y cae al suelo. Es preciosa. Intento despertarla, pero sigue inconsciente. Quiero ayudarla, pero me resisto a la idea de llevarla al hospital y no volver a verla nunca, perdida en el sistema sanitario. Así que la cargo en mi hombro y me la llevo a mi casa. Al llegar a casa mis compañeros están dormidos así que no tengo que responder a preguntas incómodas. Le quito la ropa mojada y la meto en mi cama. Voy a la cocina y me preparo un café, esperando que me ayude a pensar con claridad porque siento que estoy siendo arrastrado a un pozo oscuro que está dentro de mí. Siempre he sido una persona razonable. Si me hubiesen preguntado que haría en una situación similar a esta antes de esta noche, mi respuesta categórica hubiera sido completamente diferente a mi manera de actuar. Sin embargo me siento exaltado y feliz, como un héroe de algún mito clásico, como Prometeo debió de sentirse tras robar el fuego a los dioses. Vuelvo a mi habitación, me siento en una silla y paso toda la noche observándola. Me fijo en cada uno de los detalles de su rostro. Es realmente preciosa. Pelo negro, ojos grandes, nariz perfecta, boca carnosa, con unos labios que vuelven loco. Parece agitada en su sueño. Las horas pasan lentamente, cuando el sol comienza a aparecer por la ventana, ella se despierta. Me mira y no parece sorprendida. Me da los buenos días, me pregunta si hay café. Vamos a la cocina preparo café y tostadas. Desayunamos en silencio, luego me pide permiso para darse una ducha. Entra en el cuarto de baño y oigo el agua de la ducha, imagino que soy una gota cayendo por su cuerpo. Me voy a mi cuarto y me tumbo en mi cama, aspirando el aroma que ha dejado en mis sábanas. Me quedo dormido y sueño que sale de la ducha, entra en mi habitación y me da un suave beso en los labios. Cuando despierto se ha ido. Nunca la volveré a ver.

lunes, 5 de julio de 2010

¿Te mareas o te asustas?

"Dijo una vez:
- Mochuelo,¿es posible que si cae una estrella de ésas no llegue nunca al fondo?
Daniel, el Mochuelo, miro a su amigo, sin comprenderle.
- No sé lo que quieres decir - respondió.
El moñigo luchaba con su deficiencia de expresión. Accionó repetidamente con las manos y, al fin, dijo:
-Las estrellas están en el aire,¿no es eso?
-Eso.
-Y la tierra esta en el aire también como otra estrella,¿verdad? - añadió.
-Si;al menos eso dice el maestro.
-Bueno, pues es lo que te digo. Si una estrella se cae y no choca con la Tierra ni con otra estrella, ¿no llega nunca al fondo? ¿es que ese aire que las rodea no se acaba nunca?
Daniel, el mochuelo, se quedó pensativo un instante. Empezaba a dominarle también a él un indefinible desasosiego cósmico. La voz surgió de su garganta indecisa y aguda como un lamento.
- Moñigo.
- ¿Que?
- No me hagas esas preguntas: me mareo.
- ¿Te mareas o te asustas?
- Puede que las dos cosas - admitió.
Rió, entrecortadamente, el Moñigo.
-Voy a decirte una cosa- dijo luego.
-¿Que?
- También a mí me dan miedo las estrellas y todas esas cosas que no se abarcan o no se acaban nunca. Pero no lo digas a nadie, ¿oye? Por nada del mundo querría que se enterase de ello mi hermana Sara."

domingo, 4 de julio de 2010

El Experimento

El gran científico llevaba años con sus investigaciones atascadas. Había probado miles y miles de variaciones pero su último experimento no daba frutos. Décadas atrás había resuelto grandes problemas y poderosos enigmas de la realidad y el ser. Pero ahora, tras años invertidos en su gran proyecto, sus fuerzas empezaban a flaquear y temía volverse loco por su incapacidad para dejar de pensar en el experimento fallido. En el borde de la locura decidió construir otro dispositivo, uno que le aliviase el tormento que estaba atravesando. Tras meses de trabajo lo tuvo listo.

La apariencia del ingenio era simple. Un televisor muy viejo, color rojo, con una rueda dentada para cambiar de canal, pantalla en blanco y negro. De los laterales emergían dos poderosos cables, con apariencia de lustrosas serpientes albinas. Los cables acababan en un par de electrodos. El gran científico se sentó en un sillón frente al televisor, se colocó los electrodos en las sienes, y encendió el televisor. Los cables se iluminaron, y de los electrodos fluyó a través de los cables lo que parecía un líquido multicolor. Cuando alcanzó el televisor apareció una imagen.

En la pantalla, el científico se veía a sí mismo, estaba en una habitación blanca, sentado en una incómoda silla, sus muñecas amarradas a los reposabrazos, sus tobillos encadenados a las patas. De un altavoz que había en una de las paredes salía una voz. Su propia voz. Constantemente insultaba al científico. Recorría su vida y cada una de las humillaciones que había sufrido y se reía de ellas. La voz, su voz parecía disfrutar con las lágrimas que brotaban del indefenso hombre atado a una silla. El gran científico giro la rueda, estaba demasiado familiarizado con esa imagen.

Apareció entonces en pantalla un informe del tiempo. Una reportera anunciaba un tornado de elementos formes sanguíneos precedido de una tormenta de suero glucosalino.

Cambió de canal, sorprendido por su propio inconsciente y encontró lo que parecía una de esas películas de cine negro de los años 50, esas que tanto le gustaban cuando era un joven estudiante. El científico espera en una sucia esquina bajo un farol agonizante. Llueve a cántaros, la gabardina y el sombrero están empapados. Busca un cigarrillo en sus bolsillos, pero están tan mojados que se deshace entre sus dedos. De repente al otro lado de la calle una puerta se abre y aparece la silueta de ella, su perdición, cogida del brazo de su archienemigo, su némesis. El científico saca una viejo revólver del bolsillo apunta a la pareja y aprieta el gatillo. Pero el gatillo está fijo, no importaba la fuerza que aplique, parece soldado, inamobible. Se da la vuelta y se va caminando. Ellos ni siquiera le han visto.

Giró la rueda una vez más y allí estaba, lo que buscaba desde un principio, una pantalla sin nada, ruido blanco, ensordecimiento y liberación. Allí no había horror vacui. No había experimento, ni fracaso ni humillación. Era la nada, el no pensamiento. Feliz, se acurrucó en el sillón y suspiró aliviado.