viernes, 9 de julio de 2010

Firenze

Camino encogido dentro de mi abrigo, por la ahora desierta Via de Roma. Aun resuenan en sus esquinas los ecos del bullicioso día. De madrugada, las silenciosas calles de Florencia acogen al solitario con su hospitalidad de siglos. Ya se vislumbra al fondo la piazza de san Giovanni, y la grandeza que espera agazapada, que salta sobre ti al doblar la esquina. Santa Maria dei Fiore observa complacida al espectador de su belleza soberana. Empieza a nevar, las luces y los copos se mezclan en mi cabeza y me siento un poco mareado. Veo una silueta sentada en el suelo, a los pies de una estatua de Brunelleschi, parece una chica de unos veinte años. Me acerco y le pregunto si se encuentra bien. Reacciona salvajemente y salta hacia mí con los ojos llenos de rabia, cuando me coge del cuello se desmaya y cae al suelo. Es preciosa. Intento despertarla, pero sigue inconsciente. Quiero ayudarla, pero me resisto a la idea de llevarla al hospital y no volver a verla nunca, perdida en el sistema sanitario. Así que la cargo en mi hombro y me la llevo a mi casa. Al llegar a casa mis compañeros están dormidos así que no tengo que responder a preguntas incómodas. Le quito la ropa mojada y la meto en mi cama. Voy a la cocina y me preparo un café, esperando que me ayude a pensar con claridad porque siento que estoy siendo arrastrado a un pozo oscuro que está dentro de mí. Siempre he sido una persona razonable. Si me hubiesen preguntado que haría en una situación similar a esta antes de esta noche, mi respuesta categórica hubiera sido completamente diferente a mi manera de actuar. Sin embargo me siento exaltado y feliz, como un héroe de algún mito clásico, como Prometeo debió de sentirse tras robar el fuego a los dioses. Vuelvo a mi habitación, me siento en una silla y paso toda la noche observándola. Me fijo en cada uno de los detalles de su rostro. Es realmente preciosa. Pelo negro, ojos grandes, nariz perfecta, boca carnosa, con unos labios que vuelven loco. Parece agitada en su sueño. Las horas pasan lentamente, cuando el sol comienza a aparecer por la ventana, ella se despierta. Me mira y no parece sorprendida. Me da los buenos días, me pregunta si hay café. Vamos a la cocina preparo café y tostadas. Desayunamos en silencio, luego me pide permiso para darse una ducha. Entra en el cuarto de baño y oigo el agua de la ducha, imagino que soy una gota cayendo por su cuerpo. Me voy a mi cuarto y me tumbo en mi cama, aspirando el aroma que ha dejado en mis sábanas. Me quedo dormido y sueño que sale de la ducha, entra en mi habitación y me da un suave beso en los labios. Cuando despierto se ha ido. Nunca la volveré a ver.

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