domingo, 4 de julio de 2010

El Experimento

El gran científico llevaba años con sus investigaciones atascadas. Había probado miles y miles de variaciones pero su último experimento no daba frutos. Décadas atrás había resuelto grandes problemas y poderosos enigmas de la realidad y el ser. Pero ahora, tras años invertidos en su gran proyecto, sus fuerzas empezaban a flaquear y temía volverse loco por su incapacidad para dejar de pensar en el experimento fallido. En el borde de la locura decidió construir otro dispositivo, uno que le aliviase el tormento que estaba atravesando. Tras meses de trabajo lo tuvo listo.

La apariencia del ingenio era simple. Un televisor muy viejo, color rojo, con una rueda dentada para cambiar de canal, pantalla en blanco y negro. De los laterales emergían dos poderosos cables, con apariencia de lustrosas serpientes albinas. Los cables acababan en un par de electrodos. El gran científico se sentó en un sillón frente al televisor, se colocó los electrodos en las sienes, y encendió el televisor. Los cables se iluminaron, y de los electrodos fluyó a través de los cables lo que parecía un líquido multicolor. Cuando alcanzó el televisor apareció una imagen.

En la pantalla, el científico se veía a sí mismo, estaba en una habitación blanca, sentado en una incómoda silla, sus muñecas amarradas a los reposabrazos, sus tobillos encadenados a las patas. De un altavoz que había en una de las paredes salía una voz. Su propia voz. Constantemente insultaba al científico. Recorría su vida y cada una de las humillaciones que había sufrido y se reía de ellas. La voz, su voz parecía disfrutar con las lágrimas que brotaban del indefenso hombre atado a una silla. El gran científico giro la rueda, estaba demasiado familiarizado con esa imagen.

Apareció entonces en pantalla un informe del tiempo. Una reportera anunciaba un tornado de elementos formes sanguíneos precedido de una tormenta de suero glucosalino.

Cambió de canal, sorprendido por su propio inconsciente y encontró lo que parecía una de esas películas de cine negro de los años 50, esas que tanto le gustaban cuando era un joven estudiante. El científico espera en una sucia esquina bajo un farol agonizante. Llueve a cántaros, la gabardina y el sombrero están empapados. Busca un cigarrillo en sus bolsillos, pero están tan mojados que se deshace entre sus dedos. De repente al otro lado de la calle una puerta se abre y aparece la silueta de ella, su perdición, cogida del brazo de su archienemigo, su némesis. El científico saca una viejo revólver del bolsillo apunta a la pareja y aprieta el gatillo. Pero el gatillo está fijo, no importaba la fuerza que aplique, parece soldado, inamobible. Se da la vuelta y se va caminando. Ellos ni siquiera le han visto.

Giró la rueda una vez más y allí estaba, lo que buscaba desde un principio, una pantalla sin nada, ruido blanco, ensordecimiento y liberación. Allí no había horror vacui. No había experimento, ni fracaso ni humillación. Era la nada, el no pensamiento. Feliz, se acurrucó en el sillón y suspiró aliviado.

1 comentario:

  1. Que tensión...me iba saltando las líneas para avanzar...

    Varias veces he querido escribir un post con este título, y nunca llegué a hacerlo....

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