miércoles, 22 de octubre de 2008

La Cárcel

Mi historia es la de un reo. De nada me sirve marcar con palitos en la pared de mi celda los días que se van, pues desconozco los días que han de irse antes de recobrar mi libertad. Mi carcelero es cruel y jamás me dirá la duración de mi condena. Cada día que paso aquí recluido me olvido un poquito más de la libertad, acaso nunca existió. Al principio soñaba que era libre, iba a una cafetería y leía el periódico mientras esperaba a algún amigo. Cuando llegaba salíamos del café y paseábamos, a veces por la carrera del Darro esquivando a los malditos coches. Ahora solo me sueño en la cárcel, atrapado y sin salida. Me miro en un espejo y no tengo rostro, solo hay carne sin forma.

Mi cárcel no tiene barrotes, ni pijamas a rayas. Sus puertas siempre estan abiertas, pero el carcelero siempre vigila y su castigo es terrible. A veces siento su respiración tan cerca que casi está dentro de mi, sus ojos ven cada uno de mis pensamientos. El carcelero es taimado y cruel. Disfruta viendo mi agonía. Me tortura.

El latir de la sien amenaza con romper el propio cráneo. La sangre se vierte al interior de mis ojos. No veo más que odio, rabia, ira. El carcelero ha metido mi cerebro en un torno. Una vuelta más y no podré soportarlo. Después me deja solo, completamente solo, y es aún más terrible. En la oscuridad de mi fría celda lo único que me hace compañía son sólo vagos recuerdos de otros yo, que se odian a sí mismos. Y rompen y queman y duelen y aún no saben que no hay otros. 

1 comentario:

  1. Vaya, yo que creía haber entendido todo el pasaje y la última frase me ha sacado por completo de contexto... volveremos a releer.

    Por cierto, muy visual lo del cerebro en el torno.

    Un saludo y gracias por seguir engaliándote, Nadie.

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