viernes, 18 de abril de 2008

Connie McAnderson

No soy persona de rodeos ni artificios, prefiero llamar a las cosas por su nombre; y a esta función siempre la he llamado "El Ascensor".

Sí, he de reconocer que esta es una de mis funciones preferidas y por eso quería que fuese la primera en confesaros. Las tengo más duras, más hipnóticas, complejas y hasta histéricas, pero "El Ascensor" asombra por su sencillez y eficacia: es de esos números que te salvan una jornada poco afortunada.

La noche del primero de Noviembre de 1977 Connie regresaba a casa por Easthampstead Road tras acabar su doble turno en el Broadmoor Hospital, Crowthorne.

Los habituales dieciocho minutos invertidos en dicho trayecto se le hacían entonces tan interminables como el cansancio acumulado durante la última semana. Su cargo en la unidad de psiquatría requería una dedicación tan plena y despierta que Connie debía gestionar muy bien sus recursos para evitar ser ella la próxima paciente ingresada en el centro.

No fue por tanto demasiado el tiempo que tardó en echarse sobre la cama, aun sin retirar las sábanas, y cerrar los ojos vestida y a oscuras. Lo de vivir sola tenia también su lado positivo: no había que dar explicaciones, era tan fácil como dejarse caer y esperar a que llegase la mañana del segundo de Noviembre. Ni por qué traes esa cara, ni por qué nunca cuentas nada de tu trabajo, ni por qué has llegado a estas horas...


Esperé sereno mi turno. Yo también llevaba algunas noches un tanto tensas, y decidí que era buen día para tomarse un breve descanso y escoger una función sencilla como "El Ascensor".

Me senté en un lugar cómodo, privilegiado igual que siempre, y preparé los elementos básicos del escenario.Jugar con la ventaja de campo es decisivo en estos casos: Soy yo quien controla la situación y quien decide lo que pasa, por qué pasa y en que momento. Rara vez se producen situaciones inesperadas.

Situé a Connie en la consulta número 7. Ella trabajaba dos plantas por encima de esta, en el tercer piso del hospital, así que a los pocos minutos ya se había desplazado por el angosto pasillo y había alcanzado la base de la escalera, donde presionó el botón rectangular,amarillento, que activaba la llamada del ascensor. En esta función es imprescindible que todo sea normal, que no haya nada demasiado diferente a la realidad, y que el sujeto tenga un elevado grado de confusión.

La cabina del ascensor no tardó en situarse a la altura de la primera planta y Connie accedió rápidamente al interior de la misma. Al fin y al cabo aquello era un sueño, y no pudo darse cuenta de que el ascensor había descendido las dos plantas en la mitad de tiempo que solía hacerlo. Me gusta permitirme estos lujos. La calma, y después... la tempestad.

Cabeza gacha, pensamientos turbados, y el dedo índice apoyado sobre el botón con el número tres. Doble presión, por si la primera falla, y la cabina comienza a despegarse del suelo.

A menudo no os dais cuenta, pero en estos momentos es vuestro oído quien os mantiene centrados . Aun sin saber identificar cada sonido, escuchais al freno hidráulico liberar la cabina para que inicie el ascenso. Escuchais como la puerta roza levemente contra el borde que marca la separación de cada planta y minimiza puntualmente el hueco entre la cabina y el suelo. Sabéis por que altura vais aun sin necesidad de referencias visuales externas. Y esta es vuestra gran perdición, confiar en vuestros sentidos. Vía rápida y directa hacia vuestras inseguridades, hacia vuestros miedos.


Cuando Connie levantaba la vista y flexionaba ligeramente las rodillas esperando la frenada del ascensor en la tercera planta, este continuo su ascenso. No se escuchó al sistema hidráulico sostener los cables de acero. Subiendo, imparable...pero bajo control.

Esta función no puede realizarse cuando el sujeto baja en ascensor. Siempre puede pensar que la cabina se ha soltado y está cayendo en picado. Puede pensar en plantas sótano en el subsuelo, que aunque sin referencia en la botonera de la cabina, existan bajo el edificio.

Todo esto no es ni la mitad de estresante que pensar que estás subiendo a plantas por encima de la altura real del edificio. Darse cuenta de que no es una avería porque el ascensor está ascendiendo con normalidad, a su ritmo. Verse encerrado en un metro cuadrado de angustia, de fragilidad, de impotencia. Y lo que es peor, saber que si el ascensor está subiendo es porque tiene un destino...que desconocemos ese destino...y que daríamos cualquier cosa por no conocerlo jamás.

Y allí me sitúo yo. En la oscuridad, pero primera fila. Sentado. Esperándote. Esperando a que el ascensor se detenga y se abra la puerta. No he dicho "y abras la puerta". La puerta se abrirá siempre sola, o te puede pasar como a Connie, que la puerta de la planta final ni siquiera exista.

Y confiarás en tu oído, maldiciendo a tu vista por no ser capaz de distinguir figuras sin luz. Confiarás en escuchar los extractores de humo de tu garaje, y en que tu cansancio te haya jugado una mala pasada. Pero no escucharás nada. Abandonarás rápidamente la idea de sacar la mano hacia la derecha, buscando el interruptor de luz que siempre habías pulsado, porque ahora sabes jamás has estado allí, que no encontrarás tu vehículo aparcado entre columnas.

Entonces pegarás la espalda contra el fondo de la cabina. Te dejarás el tejido conjuntivo de tus uñas restregado contra el falso marco de la puerta que nunca existió. Tratarás en vano de crear una barrera física entre la oscuridad y tu cuerpo, tal y como hizo Connie aquella noche.

Pero al igual que ella, no podrás hacer nada. Quedarás expuesto a lo desconocido, iluminado por la luz de la cabina, y a la vista de quien alli te está esperando, pero sin poder verlo. Notarás que te duelen las piernas y que un curioso cosquilleo caliente envuelve tu nuca. Y no, no sabrás que hacer. Connie tampoco lo supo. Aunque quizá...quizá mejor así.

Aquella noche no tardé demasiado en liberar a Connie McAnderson, pues mi habilidad para detectar los límites orgánicos de vuestros cuerpos se alertó al presenciar como la chica destrozaba el espejo de la cabina con su frente, rajándose por completo la cara en su búsqueda de una salida.

Me reitero en que quizá sea mejor que yo decida por vosotros y por vuestros sueños. Con esta misma experiencia del ascensor he tenido alguna situación de las que antes os cité como raras e inesperadas.

Es el caso de James Coughart, nacido en Bristol. Tras su sueño, James fue ingresado de madrugada con un acusado cuadro de histeria y amnesia.

Tras las pruebas realizadas no se detectó causa probable de su estado, y fue ingresado en observación durante 24 horas.

Pero fueron 17 los meses que estuvo James fuera de su hogar ingresado en la unidad de psiquiatría del hospital Broadmoor, donde trabajaba su pareja, Connie McAnderson.

James no superó con éxito la función del ascensor. En su sueño sí que había puerta en la planta final. Aún con la espalda pegada el espejo que rompería su mujer semanas después se aferró al canto de la puerta y tiró de ella para cerrar la cabina. Eligió por si mismo...y se equivocó.

Fué la primera vez, y espero no volver a verme obligado a levantarme para atravesar mi pie entre la puerta y el marco.

aha tebe brzo

Jonás Hruza

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4 comentarios:

  1. Me encanta tu regreso literario. Cada día más.

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  2. Jonás se alegrará mucho al leer tu comentario, y seguro que le anima a seguir escribiendo.

    Gracias ;-)

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  3. No voy a borrar el mensaje por mucho que sea publicidad encubierta e indiscriminada...

    Al menos sirve para dos cosas:

    - Avisarnos de que es posible hacer "comentarios masivos" a blogs que ni siquiera conoces. El hijo del viento ya lo ha bautizado como "Comments Bombing"

    - Poder decir que nuestro blog ya es internacional...

    Un saludo, Engaliaos

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  4. un consejo a los engaliaos que hacen esto posible esta muuuuu chulo todo pero un poco de ritmo veraniego en plan son de nadie ya sabeis a lo que me refiero mucho trompeteo jajjjajaj un saludo aaaa2

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